Título: Cinco horas con Mario
Autor: Miguel Delibes
Editorial: Destino
Colección: Destinolibro
Materia: Narrativa
Año de publicación: 1998. Publicado por primera vez en 1966
Precio: 7,83 €
ISBN: 84-233-1130-9
256 págs.
Sinopsis:
Una mujer acaba de perder a su marido y vela el cadáver durante la noche. Sobre la mesilla hay un libro –la Biblia– que la esposa hojea. Va leyendo los párrafos subrayados por el hombre que se ha ido para siempre. Una oleada de recuerdos le viene a la mente y empieza un lento, desordenado monólogo en el que la vida pugna por hacerse real otra vez. La pobre vida llena de errores y torpezas, de pequeños goces e incomprensiones. ¿Ha conocido Carmen alguna vez a Mario? Escuchemos el irritante discurrir de la pequeña y estrecha mentalidad de la esposa. Otro hombre irá poco a poco descubriéndose, para todos menos para ella, con toda su desesperanza y su fe en la vida.
Cinco horas con Mario es una novela de gran penetración psicológica que, a través de un alma femenina puesta al descubierto, llega hasta el fondo de la sociedad española de su tiempo. Sólo un escritor de la categoría de Miguel Delibes podía enfrentarse con este difícil tema y resolverlo tan brillantemente.
El núcleo central de esta Cinco horas con Mario lo constituye el monólogo de Carmen, una conservadora mujer de clase media que ante el cadaver de su marido fallecido, repasa lo vivido junto a él.Delibes recrea a la perfección la España rural de la posguerra, con mucha sutileza nos muestra un pincel de como eran las dos Españas, la de los vencedores y la de los vencidos y adelantándose a la época en que vivía, nos habla ante todo, de los problemas de comunicación del matrimonio, en una época y un lugar en el que las decisiones importantes las tomaba "el hombre de la casa".
Carmen, ante todo, se siente frustrada por la vida que ha llevado con Mario, en una época en la que solamente era el hombre el que sustentaba económicamente a la familia.
Es un libro de lectura fácil y amena, aunque el hecho de que la mayor parte de libro sea un monólogo, en ocasiones repetitivo (Carmen recuerda constantemente a su marido que se hubiese dado la vuelta, en lugar de hacer el amor en la noche de bodas y que no le haya comprado un seiscientos) puede provocar que se un tanto monótono en algunas partes del mismo pero merece la pena leerlo por lo extraordinariamente bien que Miguel Delibes recrea esta época de la sociedad rural española y, algo que está al alcance de muy pocos escritores, su capacidad para meterse en la piel de una mujer y describir sus pensamientos, sentimientos y frustraciones.
Todo lo que viene a continuación está copiado de parte de un magnífico análisis enviado por Parabolik a El rincón del vago. En caso de que la publicación del mismo en este blog molestase al autor del trabajo y/o responsables de El rincón del vago, solamente tienen que dejar un comentario y esta parte será eliminada.
En esta década se da a conocer una nueva generación de novelistas, mas preocupados por la situación social del país que por lo individual. Influidos por el neorrealismo italiano (un cine que tenia el propósito de restituir los valores morales y ciudadanos, perdidos como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, a través de las vidas de gentes humildes), derivan hacia una novela critica y comprometida: es el realismo social, conocido tambien como objetivismo.
Estos escritores asignan una función social a la literatura y reflejan de forma objetiva una realidad que pretenden transformar. Frenan la fantasía y la imaginación para centrarse en la vida cuotidiana de las clases populares. Con u enfoque casi documental, reproducen fielmente su manera de hablar y sus modos de vida. Denuncian la injusticia social, así como la inautenticidad y perjuicios de la burguesía y clases dirigentes.
ESTRUCTURA DE LA OBRA:
El texto de Cinco Horas con Mario se reparte en tres secciones; el prólogo, precedido por la esquela mortuoria; el mono-diálogo de Carmen, compuesto de veintisiete capítulos encabezados por citas bíblicas escritas en cursiva; y el epílogo. Toda la acción se despliega en la casa mortuoria entre la salida del último visitante la noche del velatorio y la salida del cadáver y la comitiva fúnebre la mañana siguiente. Excepto por algunos fragmentos del prólogo, éste y el epílogo están narrados en tercera persona por un narrador omnisciente. El mono-diálogo está escrito desde el «yo» de la viuda a un «tú» de cuerpo presente que es el cadáver (por esta razón es preferible utilizar la nomenclatura de «mono-diálogo» en lugar de «soliloquio»).
Existe un distanciamiento entre el narrador del mono-diálogo que se hace posible por el uso de la ironía como elemento estructurante. La reconstrucción de la novela por el lector se hace posible por esta mediatización del escritor entre aquél y los personajes.
Lo que no se ha estudiado suficientemente es la manera en que el autor emplea ironía verbal, situacional y estructural, como método de comunicación, mediante cambios de perspectiva, contextos ambiguos, repetición de palabras o epítetos y ecos proverbiales. Esta ironía, que se transforma en la técnica estructurante de la novela, sirve para involucrar al lector en su desarrollo e interpretación. El autor, fundamentalmente por razones de índole ideológico-política, crea la complejidad temática y estructural sobre la base de la ironía, que da sentido a las repeticiones, juegos de palabras, proverbios y asociaciones de ideas. Cuando el lector se percata de todos estos detalles, el valor intrínseco de la novela alcanza un nivel superior. Delibes entreteje una estrecha relación entre la materia ideológica y el rasgo formal predominante de su novela.
El desentrañamiento de la temática a través de este uso del artificio constructivo será el objeto propuesto para este estudio. En primer lugar, se intentará delimitar una aproximación al concepto de ironía; más adelante, se estudiarán las manifestaciones de la ironía en los diversos niveles, verbal, situacional y estructural, en que ésta aparece en la novela; por último, se arriesgarán posibles sentidos y razones de su uso.
Acerca de la novela Cinco horas con Mario de Miguel Delibes se encuentran sus valores expresivos, por el habla regional y peculiar de Menchu y la lectura con una carga ideológico-política de la novela, cuyos protagonistas, los esposos Carmen y Mario, aparecen como símbolos cabales de las dos Españas: una, liberal y abierta, de la que Mario, el muerto, es emblema; la otra, su opuesto, reaccionaria y cerrada representada por Carmen, que sigue viva. También nombrar los valores formales de la novela o estudiar de la estructura impuesta por el uso del monólogo o mono-diálogo en una circunstancia muy particular. De las tres perspectivas de estudio expuestas aquí, llama particularmente la atención esta última, puesto que Delibes mismo ha subrayado que cualquiera sea la fórmula que adopta en cada una de sus novelas, ésta se encuentra siempre condicionada por el tema a desarrollar y por el personaje que lo encarna y representa. El personaje, en la opinión del autor, es más importante que el marco social en que éste se encuentra inmerso (ya sea en armonía o en rebeldía) y al que pretende expresar.
El autor planeó una novela en la que se viera plasmado el choque de dos mentalidades. Pero, el lector puede advertir, desde el título mismo, que es Mario, no Carmen, el punto de convergencia de la novela. Se presenta aquí la primera ironía de la novela: el título invita a pasar «cinco horas» con un personaje del cual se sabe desde la primera página (en la que se encuentra transcrito nada menos que su obituario) que ha muerto. Mario, quien se halla en una suerte de ausencia-presencia, no aparece como actante, sino como discurso referido, y lo que es más, referido a través de una valorización negativa. Quien realiza esta valoración es la viuda, Carmen Sotillo, que hablará con el cadáver de su marido, quien, como cuando estaba vivo, no la escuchará. Y lo hace desde un sentimiento de culpabilidad que no se desentraña sino hasta el final de la novela. Lo que el lector sí puede percibir es el sentimiento de frustración con que la viuda acompaña cada una de sus palabras, puesto que considera legítimamente que el marido la ha postergado injustamente: no sólo no ha demostrado comprensión hacia sus ideas, sino tampoco hacia sus necesidades.
Se torna recurrente en su discurso el hecho de que no tuvieran relaciones en la noche de bodas, pues lo siente como una humillación que no podrá olvidar mientras viva. Esta recurrencia pone en evidencia irónica la falta total de comunicación entre los esposos, que se prolongará más allá del final de los días de Mario, en que su mujer, frente a su cuerpo inerte, siga reclamando ser escuchada. En su artículo considera que Delibes ha logrado captar en forma magistral el tono de estallido del discurso femenino condicionado por el poco caso que han hecho los hombres de él. Carmen se niega a aceptar que sus preguntas no reciban respuestas y todo esto marca las características que va a tener su mono-diálogo.
PRÓLOGO
El narrador del prólogo, lo mismo que Carmen, salpica las retrospecciones con incisos de estilo directo, con frases hechas y con convencionalismos. Los hechos y detalles más significantes se presentan de manera fragmentada, caótica y reiterativa, según la técnica de la libre asociación de ideas, intercalando en la narración retrospectiva unos trozos en cursiva que reproducen en primera persona las palabras de Carmen al desahogarse con Valen.
Todo el prólogo servirá de marco contextual para que el lector vaya reconstruyendo tanto el carácter de los protagonistas como el de la sociedad que los engendra. Esta reconstrucción será parte de las «pistas externas» que nos brinda el autor para poder desentrañar la estructura irónica de toda la novela.
En el prólogo, Carmen se encuentra con una «situación límite». La muerte de Mario representa para Carmen, en cierto sentido, una situación límite. Todo aquello que la viuda hace mientras vive esta situación deja vislumbrar al lector las preocupaciones que delinean su carácter. Hay una manifiesta obsesión de Carmen por cumplir con las costumbres superficiales y vacías del rito funeral. Guardar las apariencias parece ser el tema fundamental que agobia a la viuda. Para Carmen, guardar luto es una forma de «recordarte que tienes que estar triste y si vas a cantar, callarte, y si vas a aplaudir quedarte quieto y aguantarte las ganas. Para eso y para que... los demás sepan que te ha caído una desgracia muy grande en la familia». Las visitas se transforman en «bultos oscuros» con «rostros inexpresivos» que entran y salen repitiendo una y otra vez las mismas frases y ademanes convencionales (apretones de mano y besos de cumplido). Por otro lado, Carmen fuerza a su hija a mirar al cadáver de su padre, se envanece de que el cadáver no parece muerto y se queja de que sus pechos prominentes por debajo del azul suéter ceñido no son de viuda.
El prólogo se termina con la oscuridad de la cámara mortuoria, lugar privado donde Mario solía retirarse hasta dos días antes en busca de aislamiento, que aporta al mono-diálogo un ámbito de clausura y de intimidad que coincide con el ensimismamiento y con la estrechez de miras de la viuda y contrasta con la descripción de la alborada al principio del epílogo, la cual coincide con la vuelta de Carmen a la realidad circundante. En la noche del velatorio, Carmen se anima a traspasar las fronteras casi prohibidas del recinto donde se encuentra su marido, lugar en el que ella siempre se ha sentido como una intrusa. Ella se las ha ingeniado para arreglar los libros de modo que sus lomos coloridos no arruinen la atmósfera de luto. Y crea la ilusión de suplantar la presencia de su marido a través de uno de ellos, el que Mario leía en sus últimos días con especial atención, la Biblia: «Mario leía sobre lo leído [...] Cogeré el libro y será como volver a estar con él; son sus últimas horas»
Curiosamente, el único versículo que aparece en el prólogo expresa el principio directivo que determina la conducta de Mario y es leído, en irónico contraste, por Valen y pone de manifiesto la ironía de que mientras Mario, que busca su camino auténtico, no sabe dónde caminar, Carmen sí lo sabe y cree que su conducta podría haber servido de ejemplo para él: «que la angustia te venía de no saber cuál es el camino, ni con qué haces daño o dejas de hacerlo... y que me envidiabas a mí y a todos los que como yo estábamos seguros de todo y sabemos a dónde vamos, que si eso fuese cierto...¿por qué no has seguido mi ejemplo...?»
El tema de la búsqueda de la autenticidad del camino parece ser una de las constantes de la novelística de Delibes y lo sostiene diciendo que el autor se plantea «la búsqueda de autenticidad, manifestada en sus personajes por el logro o la incomprensión, y que se realiza, por decirlo con el título de una de sus obras, a través de un camino». Mario muere por obra de una sociedad que no pudo aceptar sus principios. Su depresión se debía a la angustia de no poder escoger la conducta honrada y de no estar seguro de que su conducta alivie tanto a los demás como lo alivia a él.
El análisis grafológico del carácter de Mario, definido como «perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas», significa para ella «testarudo, iluso y holgazán» . Carmen llega a reprocharle hasta la manera de morir, puesto que cree que un don nadie, que nunca se preocupaba por el dinero (cuestión fundamental para ella, quien tiene su sistema de valores fundado en el éxito que da una buena posición), no tiene derecho a morir como los hombres importantes.
A través de la narración de Carmen se ponen de manifiesto las dualidades que abarcan los dos niveles de contenido. Evidentemente, se muestra un retrato de los cónyuges como voluntades contrarias, de índoles y creencias diametralmente opuestas. Carmen realiza un rechazo absoluto de todo el sistema de valores y creencias de Mario. Pasa de la diatriba estrictamente personal a una crítica de otra índole. Delibes quiso reproducir en el carácter de Menchu todos esos rasgos del verdadero arquetipo de mujer provinciana española de clase media, de espíritu reaccionario y mentalidad pequeñoburguesa, a la que presenta como ejemplo de la más ciega sumisión a los prejuicios y convencionalismos, dogmatismo e hipocresía de la sociedad en que vive. Todo lo que el lector sabe lo ve a través del mono-diálogo de Carmen y por ello debe cooperar en la reconstrucción textual de la figura de Mario, que es presentada en negativo, a través de un discurso elíptico y, a su vez, por los otros personajes. La cooperación se efectúa a través de una lectura irónica de la narración de la mujer. En su carácter y perfil moral, ella ha heredado todos los defectos inherentes al estado social del «quiero y no puedo», incluida la manía de aparentar y la tendencia a alimentar pretensiones desmedidas. Pero en su ignorancia y cortas luces, Menchu no tiene la menor conciencia de ello, pues carece de la perspectiva intelectual necesaria para verse objetivamente a sí misma.
Totalmente ajena a los rasgos negativos de su propia personalidad, que su marido jamás le ha recriminado, es evidente que Menchu no tiene idea de cómo es en realidad. El escritor está en completa oposición a todos los valores de su protagonista femenina; lo que significa que todo aquello que ésta valore como positivo, será negativo, y todo aquello que ésta valore como negativo, será positivo. Delibes no tiene dificultad para expresar la doble visión que supone la ironía, puesto que la distancia entre sí mismo y la protagonista está dada. Delibes hace expresar a Menchu una positividad explícita acerca de sus amigas y de los hombres que la rodean (quienes han logrado cierto éxito socio-económico) para significar implícitamente una negatividad o una neutralidad y le hace expresar una negatividad explícita acerca de Mario y todo su entorno (quienes tienen valores distintos de los suyos) para significar implícitamente una positividad. De todo esto resulta esa dualidad y retrato de los cónyuges sobre la que tanto ha dicho la crítica: la esposa, mujer vulgar, ignorante, hipócrita, egoísta, apegada a los estériles prejuicios tradicionales, mundana y consciente de su sexualidad (materialismo y carne); el marido, hombre único, intelectual, sincero, tolerante y compasivo, de ideas progresistas, espiritual, que sueña con una sociedad ideal en la que se le otorgue a todos la misma justicia y oportunidades (idealismo y espíritu). Ambos, a su vez, representan las dos Españas de los tres decenios de posguerra: la vieja España tradicional, simple, cerrada e inauténtica y la nueva España dinámica, compleja, abierta y sincera, en busca de su autenticidad.
Carmen, poniendo de manifiesto su beatería, critica a Mario por su actitud ecuménica.
Carmen pretende que el gobierno expulse a todos los que no son católicos de España y se opone al espíritu ecuménico del Segundo Concilio Vaticano. En el plano religioso, los esposos no parecen tener diferencias de índole doctrinal, sino en cuanto a la posición de la Iglesia en la sociedad.
MONO-DIÁLOGO
Todos los capítulos de la novela son aproximadamente de la misma extensión, de modo que los versículos que abren cada capítulo sirven para marcar a intervalos más o menos uniformes el paso regular del tiempo exterior. Esto proporciona al lector, que lee con Carmen (tan desordenadamente como ella lo hace, desorden motivado por la libre asociación de ideas) los versículos y luego sigue leyendo los pensamientos de ella, la impresión de que el tiempo de la enunciación coincide con el tiempo en que transcurre la realidad y así se logra dar continuidad a la novela.
Las reflexiones de Carmen están vinculadas a la lectura de los versículos bíblicos, que no sólo contrastan irónicamente con la interpretación que Carmen les da, constituyendo así la ironía estructural de la novela, sino también se transforman en una suerte de respuesta del marido ausente a la retahíla de reproches de la mujer. Los versículos son el medio por el cual la ironía se transparenta en toda la estructura de la novela. El hecho de que Mario esté muerto no impide que éste le conteste. Los versículos que Mario ha subrayado en su Biblia son la voz del marido muerto, explicándose, defendiendo sus ideas y principios. Estos componen un resumen afirmativo y escueto de la ideología de Mario que contrasta con las mismas ideas expresadas desde el punto de vista crítico de Carmen, quien lee cada uno de los versículos y los interpreta, no en el contexto bíblico, sino en el marco de su vida, por lo que los aprovecha como punto de arranque para dirigirse a su marido. A veces, la ironía está dada en que Carmen capta uno sólo de los sentidos del versículo y lo comenta; otras veces, en que Carmen enfoca su atención en una palabra, o unas palabras, sin fijarse en el sentido de la frase entera y las comenta; en otros momentos, en que se aprovecha del versículo para echarle en cara a Mario una queja, una acusación o un reproche.
A lo largo del mono-diálogo, se presentan como leitmotifs la cuestión del conflicto y la de la culpa. Esta última con respecto a su casi adulterio con Paco, que no se revela sino hasta el último capítulo, pero permanece latente y aflora en cada una de las anécdotas en torno de la pasión erótica de la viuda, las cuales sirven como disculpa y excusa de su propia conducta, a la vez que exponen irónicamente su hipocresía. El conflicto hace referencia a la oposición entre los esposos que se manifiesta en planos diversos: político, religioso, económico, sexual, literario.
Según Carmen, la sociedad debiera estar dividida en estratos bien delimitados, y su familia debiera vivir como corresponde a los de su clase. A estas convicciones de la viuda se oponen respectivamente los ideales de Mario: la igualdad social y la autenticidad personal; la libertad y la justicia. Mario cree que el problema de los pobres se resuelve con unos cambios fundamentales en la estructuración de la sociedad misma. Carmen se opone a todas las reformas sociales apoyadas por su marido. Según ella, «la caridad empieza por uno mismo». Le gusta repartir la limosna directamente a los pobres para verlos expresar su gratitud (contrasentido verbal y contradicción explícita) y para asegurarse de que sólo los que la merecen, la reciben (los vagos y los protestantes no la merecen). Carmen defiende la actitud de su padre de llevar a la pensión a un negro, pero aclara que «todos iguales, para Dios no hay diferencias... ahora bien, los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos» (una evidente contradicción explícita dentro del ámbito de la ironía). Los proyectos caritativos de Mario se conforman con los principios del Evangelio: visita a los presos y los recibe en su casa cuando salen de la cárcel; quiere que se construya un manicomio nuevo, que los pobres estudien y que los paletos no vivan en condiciones infrahumanas. Carmen no encuentra sentido en las ideas de Mario; puesto que, según su razonamiento, Cristo no habría hecho jamás tales cosas: los presos deben estar en la cárcel; no hay razón para malgastar el dinero en un manicomio porque los locos ni sienten ni se enteran; si los paletos o los pobres dejaran de serlo, ¿con quién se ejercitaría entonces la caridad? Sin caridad no hay Evangelio posible, concluye su argumentación que representa una vez más un verdadero ejemplo de contradicción implícita.
En el terreno del amor, para Carmen sólo existe la pasión y sexualidad y el amor propio. Para Mario, el amor no es meramente el erótico sino también el fraternal y cristiano. Carmen ni cree que Mario le haya sido fiel durante el matrimonio, ni cree que se haya casado virgen. Pero, por contraste, ella es la que sube al «tiburón» de Paco por segunda vez.
El argumento de la novela de Mario, El patrimonio, trata de los soldados de dos ejércitos enemigos que de repente saltan de las trincheras, se abrazan, se dicen que no volverán a dejarse empujar por aquella fuerza, y, luego, por el temor de esa fuerza regresan a las trincheras y se disparan nuevamente. Según Carmen, el libro no tiene sentido, no le interesa a nadie. Ser guerrero es de españoles. El mundo de Carmen es de la clase media española que llaman «Cruzada» a la guerra civil: «Si la bomba atómica esa la perfeccionasen de tal modo que pudiera distinguir […] y matase sólo a los que no tienen principios, el mundo quedaría como una balsa de aceite, ni más ni menos, ni menos ni más». Mientras la guerra civil era para Mario una tragedia, un enfrentamiento fratricida, era para Carmen «una fiesta sin fin». La viuda no entiende cómo Mario, por no permitir que se redactara «Cruzada» en lugar de «guerra civil» —para ella la misma cosa— podía perder la colaboración en un periódico de Madrid que les habría dado mil doscientas pesetas al mes. Para ella, los muertos del bando republicano, bien muertos estaban por rojos y ateos:
Carmen es incapaz de indulgencia: «no sé cómo te atreves a hablar de tolerancia y comprensión y que si no podemos estar toda la eternidad como Caín y Abel, que eso a ellos, a José María y los de su cuerda, caínes, más que caínes»
Carmen utiliza cada uno de sus reproches con miras (inconscientes) hacia una auto justificación final. Si Mario le hubiera comprado a Carmen un Seiscientos, que tenían «hasta las porteras», ella no habría estado haciendo cola ante el autobús y Paco no habría tenido la oportunidad de llevarla al campo. Argumentación que se transforma en una contradicción implícita desde el punto de vista de la ironía retórica. El Seiscientos que Menchu no ha llegado a tener se ha convertido en el símbolo tangible de la incapacidad de Mario para ganar dinero y abrirse paso en la vida. En el último capítulo, la viuda deja de criticar a su marido para confesarle el episodio de su casi adulterio y postrada, pedirle perdón. La justificación psicológica de todo el mono-diálogo, la transformación del reproche en auto justificación y pedido de perdón está expresada en palabras del autor mismo: «Todo el soliloquio está construido en función de este último capítulo, cuando ella pide perdón al marido por lo que ha hecho. Todos los reproches que a lo largo del monólogo componen la novela aspiran a ser una justificación de su caída: una justificación de sí misma». En el resto de los capítulos reiteran, a la manera de un «oleaje», desde distintos enfoques, las preocupaciones y obsesiones de Carmen.
EPÍLOGO
Con la salida de Menchu de la cámara mortuoria en el epílogo, la viuda se librará del enfrentamiento con su «situación límite» y podrá volver a su rutina de hipocresía habitual, imponiendo sus valores y creencias a sus hijos sin la resistencia de su marido: «mis ideas no son tan malas, después de todo, y poco valgo, o mis ideas han de ser las de mis hijos que hasta al insolente de Mario pienso meterlo en cintura».
Delibes abandona la estructura irónica, creando una confrontación entre el hijo de Mario, también llamado Mario, y su madre, encuentro en que estos conflictos entre las dos Españas quedan al desnudo. Esta es la parte más débil de la obra, por cuanto no es necesaria e interrumpe una perfecta estructura irónica. Pero parece que Delibes quiere que nadie se equivoque y que su mensaje llegue a todo lector.
El conocimiento de que el carácter del padre reaparece en el de su hijo mayor, sumado al valor significativo de que ambos lleven el mismo nombre, y de que el conflicto continuará, por lo menos en su aspecto social, es, sin lugar a dudas, la ironía situacional final. La hija mayor del matrimonio, por su parte, no estima a los chicos con carrera y dejará sus estudios para dedicarse a «ser mujer» y conseguir novio. Delibes pretende lograr es dar a la novela su mensaje esperanzador y asi pretende que España abra sus ventanas hacia el futuro y siga por el auténtico camino abandonando su maniqueísmo habitual y reconciliándose.
Al confesar su culpa, después de haber repetido hasta el cansancio que quien la engañaba era su marido con Encarna, la cuñada, Carmen insiste en que no hizo nada verdaderamente malo y suplica a Mario que no la confunda a ella con Julia. Es decir, que no concede a su hermana la misma compasión que suplica de su marido; por lo cual termina de cerrar cíclicamente la contradicción implícita que encierra su argumentación irónica.
Carmen entremezcla sus opiniones políticas, sociales y religiosas con alusiones a pequeños incidentes de la vida conyugal, sin pretender distinguir entre éstas y aquéllas, porque son parte constitutiva de su persona. Menchu fue concebida inicialmente como un mero antagonista de la figura de Mario. No pretende, con seguridad, ser un juicio de valor con respecto de la mujer española. Es la representante de una sociedad de clase media burguesa, hipócrita, vulgar y egoísta. Convencida de su propia verdad, se retrata inconscientemente a sí misma, al realizar el retrato de su marido. Su incomprensión cerrada es fruto de su manera de ser, pero también de su carencia de dotes intelectuales que le permitan valorar mejor lo que su ignorancia no le permite captar. Carmen revela al lector, al mismo tiempo, una serie de frustraciones y deseos que ella misma ignora. Pese a sus limitados horizontes, la justificación de su obrar se vuelve, a medida que avanzamos en la lectura, más sincera y auténtica; aunque no en la superficie del texto explícito, sí en la lectura re-constructiva que realiza el lector. Entonces, este personaje aparece ante el lector con mucha mayor sustancia de lo que el autor se había propuesto. Este es el margen interpretativo que deja la naturaleza anfibológica de la ironía. Carmen es una mujer que pretende hacer valer su maltratado yo e imponerlo, frente a la pedantería, orgullo e incomprensión de que es objeto. En el cuerpo de este estudio se ha intentado develar el sentido que, contextualmente, parece tener la ironía que estructura esta novela. Pero, como se había adelantado al discutir la naturaleza de este artificio constructivo, no se puede más que tentar opciones y lecturas posibles.
Entre ambos Mario y Carmen hay un abismo que separa a España desde hace siglos.
Delibes se revela como un escritor profundamente «comprometido» en su postura hacia la vida, pero sin las denuncias estridentes que caracterizan la novela social, porque inteligentemente las mediatiza a través de la ironía. El compromiso de Delibes subraya aquellos valores que representan la dignidad, hermandad y supervivencia del hombre en la tierra. El desarrollo de la preocupación social del vallisoletano va desde sus alegatos en contra de la guerra y la deshonestidad personal e hipocresía hasta la crítica de las estructuras mismas de la sociedad. El ambiente social de Mario demuestra la podredumbre que lo «ahoga». Pero su obra deja de ser pesimista, precisamente por la ironía que encierra el encuentro final entre madre e hijo.
RESUMEN
Prólogo
Carmen, viuda de Mario, conversa con Valen después de haber recibido el pésame de las visitas en su casa. Carmen recuerda como ha sido el día, y quiere pasar sus ultimas horas a solas con Mario y con su Biblia en mano, ira leyendo sucesivos pasajes y expondrá sus emociones y frustraciones..
Mono-diálogo
Carmen reprocha a su marido lo que no se ha atrevido a decirle en vida, para ella su vida tendría que haber estado llena de materialismo y superficialidades, y haber guardado las formas, cosa que a Mario, con una personalidad más profunda, le traía sin cuidado lo que dijeran los demás, y según ella, ha estado sometida al tipo de vida que su marido le ha impuesto. Carmen arremete contra la familia de Mario por ser humilde, mientras ensalza a la suya, de buena cuna.
Ella en su vida, aspiraba a un piso más grande, que Mario no acepto, a un coche, en especial a un 600, puesto que todas sus amigas tenían uno, a mas criados, a una cubertería de plata, a que Mario se preocupase por su imagen... y critica el intelectualismo de su marido y su grupo de amigos.
Tampoco esta de acuerdo con las actitudes progresistas de Mario, y como se ve también su hijo Mario opina lo mismo que e, pero ella esta obcecada en hacerle cambiar de opinión.
Nunca ha tenido un trato cercano con su marido, ni en su noche de bodas, y esto se lo reprocha también, y ella es consciente de que le gustan otros hombres, cosa que al final le confiesa que estuvo a punto de tener un desliz con un paleto reformado, ahora muy rico, llamado Paco.
EPÍLOGO
Al final, Carmen le acaba confesando a Mario su “affaire” con Paco, y su hijo entra en el despacho de su padre por el llanto de su madre. Le prepara un café, llegan los de la funeraria y se llevan el cadáver.
TEMA CENTRAL
LA INCOMUNICACIÓN
Los personajes de carmen y Mario representan las dos Españas separadas que se enfrentaron en la Guerra Civil. La habilidad del autor es analizar desde dentro de un personaje las ideas y la mentalidad de las clases medias españolas que apoyaban al régimen. Así pues utiliza la ironía, que es el método de la comunicación con le lector.
Carmen lo recuerda como una fiesta, para ella solo existe su visión de la realidad, y el resto del mundo no importa. Con su monólogo trata de justificarse, defenderse ante Mario y así los asertos se vuelven contra ella. Es egocéntrica, de escasa inteligencia en contraste con su marido, es anticuada, dominadora, posesiva... solo se preocupa por las superficialidades y de su vida, la que gira en torno a ella y al materialismo, mientras que Mario se culturiza leyendo, compartiendo opiniones en debates, buscando el camino mas honesto y luchando por el reconocimiento de los derechos de los mas desfavorecidos. Así consigue el autor, criticar las estructuras sociales de los años 60 de forma indirecta sorteando una posible censura. Consigue así plasmar el choque de dos mentalidades:
• Ideas y actitudes conservadoras: espíritu reaccionario, mentalidad pequeño- burgués, perjuicios, dogmatismo e hipocresía, ignorante, y convencionalismo social.
• Ideas y actitudes, voluntades, actitudes y creencias totalmente opuestas: intelectual, sincero, tolerante, compasivo, espiritual, y sueña con una sociedad más justa.
La primera representaría la España vieja, tradicional. Simple y cerrada, y la segunda a la España dinámica, compleja, abierta y sincera.
El autor hace caer en la cuenta de la problemática social: la incomunicación, la incomprensión, la intolerancia y el rechazo de la otra ideología.
Son tales las diferencias entre ellos, que constituyen un abismo entre los dos y la intransigencia que tiene en sus principios les lleva a la incomunicación. Mario no le compra una cubertería decente a Carmen para que pueda invitar a sus amigas a cenar, ni tampoco le compra el 600, que según ella lo tenían hasta los más pobres. Y como no, nunca leyó los versos que compuso a sus ojos, ni le agradece la comida que cada día le prepara, pero lo que carmen nunca podrá olvidar, ni perdonar es que no la consumara su noche de bodas, algo que arrastrara hasta el fin de sus días.
Tampoco comprende las depresiones que tenia Mario “por nada”, según ella y el día de la muerte de su madre ni llorara, ni guardara luto.
Al igual hace Mario, no le hace caso cuando ella le aconseja cuidar su imagen y justifica que un policía le pegase cuando iba en bicicleta por tener una imagen desgreñada, porque según ella, si hubiera ido bien vestido, el policía como buen hombre, le hubiera respetado
“Mario leía sobre lo leído. Cogeré el libro y será como volver a estar con él; son sus últimas horas”.
• Mario muere por obra de una sociedad que no pudo aceptar sus principios. Su depresión se debía a la angustia de no poder escoger la conducta honrada y de no estar seguro de que su conducta alivie tanto a los demás como lo alivia a él:
“Luego, cuando te vino eso, la distonía o la depresión o como se llame, llorabas por cualquier pamplina, acuérdate, hijo, ¡vaya sesiones!, y que si la angustia te venía de no saber cuál es el camino”
• El análisis del carácter de Mario:
“perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas”, significa para ella «testarudo, iluso y holgazán»
• .Carmen llega a reprocharle hasta la manera de morir, puesto que cree que un don nadie, que nunca se preocupaba por él.
“Una cosa, Mario, aquí, para inter nos, que no me he atrevido a decirte antes, escucha: yo no daré un paso por informarme si es cierto lo que dice Higinio Oyarzún de que te reunías los jueves con un grupo de protestantes para rezar juntos, pero si sin ir a buscarlo alguien me lo demostrase, aun sintiéndolo mucho, hazte a la idea de que no nos hemos conocido, de que nuestros hijos no volverán a oírme una palabra de ti, antes prefiero, fíjate bien, que piensen que son hijos naturales, que con gusto tragaré ese cáliz, que decirles que su padre es un renegado. Sí, Mario, sí, estoy llorando, pero bueno está lo bueno, que yo paso por todo, ya lo sabes, que a comprensiva y a generosa pocas me ganarán, pero antes la muerte, fíjate bien, la muerte, que rozarme con un judío o]
• Según Carmen, la sociedad debiera estar dividida en estratos bien delimitados, y su familia debiera vivir como corresponde a los de su clase:
“Un país es como una familia, los niños frente a los padres y los ciudadanos frente a la Autoridad deben obedecer y callar."
• Carmen se opone a todas las reformas sociales apoyadas por su marido:
“La caridad empieza por uno mismo". Le gusta repartir la limosna directamente a los pobres para verlos expresar su gratitud y para asegurarse de que sólo los que la merecen, la reciben.
• Carmen defiende la actitud de su padre de llevar a la pensión a un negro:
“Todos iguales, para Dios no hay diferencias... ahora bien, los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos”
• “Si la bomba atómica esa la perfeccionasen de tal modo que pudiera distinguir […] y matase sólo a los que no tienen principios, el mundo quedaría como una balsa de aceite, ni más ni menos, ni menos ni más”
• “Hoy no les hables a los chicos de la guerra, te llamarían loco, y sí, la guerra será todo lo horrible que tú quieras, pero, al fin y al cabo, es oficio de valientes, después de todo no es para tanto, que yo, por mucho que digáis, lo pasé bien en la guerra, de acuerdo, a lo mejor por insensatez, pero no me digas si aquello era como una fiesta sin fin, cada día algo distinto, que si los legionarios, que si los italianos, que si los viejos, cantando «Los voluntarios», que tiene una letra bien bonita, o «El novio de la muerte» que ésta sí que es el no va más. Y entonces ni me importaban los bombardeos, ni el Día del Plato único, que mamá, con ese arte especial que tenía, juntaba todo en un plato y ni pasábamos hambre, te lo juro, como el Día sin Postre, que Transi y yo comprábamos”
Estos escritores asignan una función social a la literatura y reflejan de forma objetiva una realidad que pretenden transformar. Frenan la fantasía y la imaginación para centrarse en la vida cuotidiana de las clases populares. Con u enfoque casi documental, reproducen fielmente su manera de hablar y sus modos de vida. Denuncian la injusticia social, así como la inautenticidad y perjuicios de la burguesía y clases dirigentes.
ESTRUCTURA DE LA OBRA:
El texto de Cinco Horas con Mario se reparte en tres secciones; el prólogo, precedido por la esquela mortuoria; el mono-diálogo de Carmen, compuesto de veintisiete capítulos encabezados por citas bíblicas escritas en cursiva; y el epílogo. Toda la acción se despliega en la casa mortuoria entre la salida del último visitante la noche del velatorio y la salida del cadáver y la comitiva fúnebre la mañana siguiente. Excepto por algunos fragmentos del prólogo, éste y el epílogo están narrados en tercera persona por un narrador omnisciente. El mono-diálogo está escrito desde el «yo» de la viuda a un «tú» de cuerpo presente que es el cadáver (por esta razón es preferible utilizar la nomenclatura de «mono-diálogo» en lugar de «soliloquio»).
Existe un distanciamiento entre el narrador del mono-diálogo que se hace posible por el uso de la ironía como elemento estructurante. La reconstrucción de la novela por el lector se hace posible por esta mediatización del escritor entre aquél y los personajes.
Lo que no se ha estudiado suficientemente es la manera en que el autor emplea ironía verbal, situacional y estructural, como método de comunicación, mediante cambios de perspectiva, contextos ambiguos, repetición de palabras o epítetos y ecos proverbiales. Esta ironía, que se transforma en la técnica estructurante de la novela, sirve para involucrar al lector en su desarrollo e interpretación. El autor, fundamentalmente por razones de índole ideológico-política, crea la complejidad temática y estructural sobre la base de la ironía, que da sentido a las repeticiones, juegos de palabras, proverbios y asociaciones de ideas. Cuando el lector se percata de todos estos detalles, el valor intrínseco de la novela alcanza un nivel superior. Delibes entreteje una estrecha relación entre la materia ideológica y el rasgo formal predominante de su novela.
El desentrañamiento de la temática a través de este uso del artificio constructivo será el objeto propuesto para este estudio. En primer lugar, se intentará delimitar una aproximación al concepto de ironía; más adelante, se estudiarán las manifestaciones de la ironía en los diversos niveles, verbal, situacional y estructural, en que ésta aparece en la novela; por último, se arriesgarán posibles sentidos y razones de su uso.
Acerca de la novela Cinco horas con Mario de Miguel Delibes se encuentran sus valores expresivos, por el habla regional y peculiar de Menchu y la lectura con una carga ideológico-política de la novela, cuyos protagonistas, los esposos Carmen y Mario, aparecen como símbolos cabales de las dos Españas: una, liberal y abierta, de la que Mario, el muerto, es emblema; la otra, su opuesto, reaccionaria y cerrada representada por Carmen, que sigue viva. También nombrar los valores formales de la novela o estudiar de la estructura impuesta por el uso del monólogo o mono-diálogo en una circunstancia muy particular. De las tres perspectivas de estudio expuestas aquí, llama particularmente la atención esta última, puesto que Delibes mismo ha subrayado que cualquiera sea la fórmula que adopta en cada una de sus novelas, ésta se encuentra siempre condicionada por el tema a desarrollar y por el personaje que lo encarna y representa. El personaje, en la opinión del autor, es más importante que el marco social en que éste se encuentra inmerso (ya sea en armonía o en rebeldía) y al que pretende expresar.
El autor planeó una novela en la que se viera plasmado el choque de dos mentalidades. Pero, el lector puede advertir, desde el título mismo, que es Mario, no Carmen, el punto de convergencia de la novela. Se presenta aquí la primera ironía de la novela: el título invita a pasar «cinco horas» con un personaje del cual se sabe desde la primera página (en la que se encuentra transcrito nada menos que su obituario) que ha muerto. Mario, quien se halla en una suerte de ausencia-presencia, no aparece como actante, sino como discurso referido, y lo que es más, referido a través de una valorización negativa. Quien realiza esta valoración es la viuda, Carmen Sotillo, que hablará con el cadáver de su marido, quien, como cuando estaba vivo, no la escuchará. Y lo hace desde un sentimiento de culpabilidad que no se desentraña sino hasta el final de la novela. Lo que el lector sí puede percibir es el sentimiento de frustración con que la viuda acompaña cada una de sus palabras, puesto que considera legítimamente que el marido la ha postergado injustamente: no sólo no ha demostrado comprensión hacia sus ideas, sino tampoco hacia sus necesidades.
Se torna recurrente en su discurso el hecho de que no tuvieran relaciones en la noche de bodas, pues lo siente como una humillación que no podrá olvidar mientras viva. Esta recurrencia pone en evidencia irónica la falta total de comunicación entre los esposos, que se prolongará más allá del final de los días de Mario, en que su mujer, frente a su cuerpo inerte, siga reclamando ser escuchada. En su artículo considera que Delibes ha logrado captar en forma magistral el tono de estallido del discurso femenino condicionado por el poco caso que han hecho los hombres de él. Carmen se niega a aceptar que sus preguntas no reciban respuestas y todo esto marca las características que va a tener su mono-diálogo.
PRÓLOGO
El narrador del prólogo, lo mismo que Carmen, salpica las retrospecciones con incisos de estilo directo, con frases hechas y con convencionalismos. Los hechos y detalles más significantes se presentan de manera fragmentada, caótica y reiterativa, según la técnica de la libre asociación de ideas, intercalando en la narración retrospectiva unos trozos en cursiva que reproducen en primera persona las palabras de Carmen al desahogarse con Valen.
Todo el prólogo servirá de marco contextual para que el lector vaya reconstruyendo tanto el carácter de los protagonistas como el de la sociedad que los engendra. Esta reconstrucción será parte de las «pistas externas» que nos brinda el autor para poder desentrañar la estructura irónica de toda la novela.
En el prólogo, Carmen se encuentra con una «situación límite». La muerte de Mario representa para Carmen, en cierto sentido, una situación límite. Todo aquello que la viuda hace mientras vive esta situación deja vislumbrar al lector las preocupaciones que delinean su carácter. Hay una manifiesta obsesión de Carmen por cumplir con las costumbres superficiales y vacías del rito funeral. Guardar las apariencias parece ser el tema fundamental que agobia a la viuda. Para Carmen, guardar luto es una forma de «recordarte que tienes que estar triste y si vas a cantar, callarte, y si vas a aplaudir quedarte quieto y aguantarte las ganas. Para eso y para que... los demás sepan que te ha caído una desgracia muy grande en la familia». Las visitas se transforman en «bultos oscuros» con «rostros inexpresivos» que entran y salen repitiendo una y otra vez las mismas frases y ademanes convencionales (apretones de mano y besos de cumplido). Por otro lado, Carmen fuerza a su hija a mirar al cadáver de su padre, se envanece de que el cadáver no parece muerto y se queja de que sus pechos prominentes por debajo del azul suéter ceñido no son de viuda.
El prólogo se termina con la oscuridad de la cámara mortuoria, lugar privado donde Mario solía retirarse hasta dos días antes en busca de aislamiento, que aporta al mono-diálogo un ámbito de clausura y de intimidad que coincide con el ensimismamiento y con la estrechez de miras de la viuda y contrasta con la descripción de la alborada al principio del epílogo, la cual coincide con la vuelta de Carmen a la realidad circundante. En la noche del velatorio, Carmen se anima a traspasar las fronteras casi prohibidas del recinto donde se encuentra su marido, lugar en el que ella siempre se ha sentido como una intrusa. Ella se las ha ingeniado para arreglar los libros de modo que sus lomos coloridos no arruinen la atmósfera de luto. Y crea la ilusión de suplantar la presencia de su marido a través de uno de ellos, el que Mario leía en sus últimos días con especial atención, la Biblia: «Mario leía sobre lo leído [...] Cogeré el libro y será como volver a estar con él; son sus últimas horas»
Curiosamente, el único versículo que aparece en el prólogo expresa el principio directivo que determina la conducta de Mario y es leído, en irónico contraste, por Valen y pone de manifiesto la ironía de que mientras Mario, que busca su camino auténtico, no sabe dónde caminar, Carmen sí lo sabe y cree que su conducta podría haber servido de ejemplo para él: «que la angustia te venía de no saber cuál es el camino, ni con qué haces daño o dejas de hacerlo... y que me envidiabas a mí y a todos los que como yo estábamos seguros de todo y sabemos a dónde vamos, que si eso fuese cierto...¿por qué no has seguido mi ejemplo...?»
El tema de la búsqueda de la autenticidad del camino parece ser una de las constantes de la novelística de Delibes y lo sostiene diciendo que el autor se plantea «la búsqueda de autenticidad, manifestada en sus personajes por el logro o la incomprensión, y que se realiza, por decirlo con el título de una de sus obras, a través de un camino». Mario muere por obra de una sociedad que no pudo aceptar sus principios. Su depresión se debía a la angustia de no poder escoger la conducta honrada y de no estar seguro de que su conducta alivie tanto a los demás como lo alivia a él.
El análisis grafológico del carácter de Mario, definido como «perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas», significa para ella «testarudo, iluso y holgazán» . Carmen llega a reprocharle hasta la manera de morir, puesto que cree que un don nadie, que nunca se preocupaba por el dinero (cuestión fundamental para ella, quien tiene su sistema de valores fundado en el éxito que da una buena posición), no tiene derecho a morir como los hombres importantes.
A través de la narración de Carmen se ponen de manifiesto las dualidades que abarcan los dos niveles de contenido. Evidentemente, se muestra un retrato de los cónyuges como voluntades contrarias, de índoles y creencias diametralmente opuestas. Carmen realiza un rechazo absoluto de todo el sistema de valores y creencias de Mario. Pasa de la diatriba estrictamente personal a una crítica de otra índole. Delibes quiso reproducir en el carácter de Menchu todos esos rasgos del verdadero arquetipo de mujer provinciana española de clase media, de espíritu reaccionario y mentalidad pequeñoburguesa, a la que presenta como ejemplo de la más ciega sumisión a los prejuicios y convencionalismos, dogmatismo e hipocresía de la sociedad en que vive. Todo lo que el lector sabe lo ve a través del mono-diálogo de Carmen y por ello debe cooperar en la reconstrucción textual de la figura de Mario, que es presentada en negativo, a través de un discurso elíptico y, a su vez, por los otros personajes. La cooperación se efectúa a través de una lectura irónica de la narración de la mujer. En su carácter y perfil moral, ella ha heredado todos los defectos inherentes al estado social del «quiero y no puedo», incluida la manía de aparentar y la tendencia a alimentar pretensiones desmedidas. Pero en su ignorancia y cortas luces, Menchu no tiene la menor conciencia de ello, pues carece de la perspectiva intelectual necesaria para verse objetivamente a sí misma.
Totalmente ajena a los rasgos negativos de su propia personalidad, que su marido jamás le ha recriminado, es evidente que Menchu no tiene idea de cómo es en realidad. El escritor está en completa oposición a todos los valores de su protagonista femenina; lo que significa que todo aquello que ésta valore como positivo, será negativo, y todo aquello que ésta valore como negativo, será positivo. Delibes no tiene dificultad para expresar la doble visión que supone la ironía, puesto que la distancia entre sí mismo y la protagonista está dada. Delibes hace expresar a Menchu una positividad explícita acerca de sus amigas y de los hombres que la rodean (quienes han logrado cierto éxito socio-económico) para significar implícitamente una negatividad o una neutralidad y le hace expresar una negatividad explícita acerca de Mario y todo su entorno (quienes tienen valores distintos de los suyos) para significar implícitamente una positividad. De todo esto resulta esa dualidad y retrato de los cónyuges sobre la que tanto ha dicho la crítica: la esposa, mujer vulgar, ignorante, hipócrita, egoísta, apegada a los estériles prejuicios tradicionales, mundana y consciente de su sexualidad (materialismo y carne); el marido, hombre único, intelectual, sincero, tolerante y compasivo, de ideas progresistas, espiritual, que sueña con una sociedad ideal en la que se le otorgue a todos la misma justicia y oportunidades (idealismo y espíritu). Ambos, a su vez, representan las dos Españas de los tres decenios de posguerra: la vieja España tradicional, simple, cerrada e inauténtica y la nueva España dinámica, compleja, abierta y sincera, en busca de su autenticidad.
Carmen, poniendo de manifiesto su beatería, critica a Mario por su actitud ecuménica.
Carmen pretende que el gobierno expulse a todos los que no son católicos de España y se opone al espíritu ecuménico del Segundo Concilio Vaticano. En el plano religioso, los esposos no parecen tener diferencias de índole doctrinal, sino en cuanto a la posición de la Iglesia en la sociedad.
MONO-DIÁLOGO
Todos los capítulos de la novela son aproximadamente de la misma extensión, de modo que los versículos que abren cada capítulo sirven para marcar a intervalos más o menos uniformes el paso regular del tiempo exterior. Esto proporciona al lector, que lee con Carmen (tan desordenadamente como ella lo hace, desorden motivado por la libre asociación de ideas) los versículos y luego sigue leyendo los pensamientos de ella, la impresión de que el tiempo de la enunciación coincide con el tiempo en que transcurre la realidad y así se logra dar continuidad a la novela.
Las reflexiones de Carmen están vinculadas a la lectura de los versículos bíblicos, que no sólo contrastan irónicamente con la interpretación que Carmen les da, constituyendo así la ironía estructural de la novela, sino también se transforman en una suerte de respuesta del marido ausente a la retahíla de reproches de la mujer. Los versículos son el medio por el cual la ironía se transparenta en toda la estructura de la novela. El hecho de que Mario esté muerto no impide que éste le conteste. Los versículos que Mario ha subrayado en su Biblia son la voz del marido muerto, explicándose, defendiendo sus ideas y principios. Estos componen un resumen afirmativo y escueto de la ideología de Mario que contrasta con las mismas ideas expresadas desde el punto de vista crítico de Carmen, quien lee cada uno de los versículos y los interpreta, no en el contexto bíblico, sino en el marco de su vida, por lo que los aprovecha como punto de arranque para dirigirse a su marido. A veces, la ironía está dada en que Carmen capta uno sólo de los sentidos del versículo y lo comenta; otras veces, en que Carmen enfoca su atención en una palabra, o unas palabras, sin fijarse en el sentido de la frase entera y las comenta; en otros momentos, en que se aprovecha del versículo para echarle en cara a Mario una queja, una acusación o un reproche.
A lo largo del mono-diálogo, se presentan como leitmotifs la cuestión del conflicto y la de la culpa. Esta última con respecto a su casi adulterio con Paco, que no se revela sino hasta el último capítulo, pero permanece latente y aflora en cada una de las anécdotas en torno de la pasión erótica de la viuda, las cuales sirven como disculpa y excusa de su propia conducta, a la vez que exponen irónicamente su hipocresía. El conflicto hace referencia a la oposición entre los esposos que se manifiesta en planos diversos: político, religioso, económico, sexual, literario.
Según Carmen, la sociedad debiera estar dividida en estratos bien delimitados, y su familia debiera vivir como corresponde a los de su clase. A estas convicciones de la viuda se oponen respectivamente los ideales de Mario: la igualdad social y la autenticidad personal; la libertad y la justicia. Mario cree que el problema de los pobres se resuelve con unos cambios fundamentales en la estructuración de la sociedad misma. Carmen se opone a todas las reformas sociales apoyadas por su marido. Según ella, «la caridad empieza por uno mismo». Le gusta repartir la limosna directamente a los pobres para verlos expresar su gratitud (contrasentido verbal y contradicción explícita) y para asegurarse de que sólo los que la merecen, la reciben (los vagos y los protestantes no la merecen). Carmen defiende la actitud de su padre de llevar a la pensión a un negro, pero aclara que «todos iguales, para Dios no hay diferencias... ahora bien, los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos» (una evidente contradicción explícita dentro del ámbito de la ironía). Los proyectos caritativos de Mario se conforman con los principios del Evangelio: visita a los presos y los recibe en su casa cuando salen de la cárcel; quiere que se construya un manicomio nuevo, que los pobres estudien y que los paletos no vivan en condiciones infrahumanas. Carmen no encuentra sentido en las ideas de Mario; puesto que, según su razonamiento, Cristo no habría hecho jamás tales cosas: los presos deben estar en la cárcel; no hay razón para malgastar el dinero en un manicomio porque los locos ni sienten ni se enteran; si los paletos o los pobres dejaran de serlo, ¿con quién se ejercitaría entonces la caridad? Sin caridad no hay Evangelio posible, concluye su argumentación que representa una vez más un verdadero ejemplo de contradicción implícita.
En el terreno del amor, para Carmen sólo existe la pasión y sexualidad y el amor propio. Para Mario, el amor no es meramente el erótico sino también el fraternal y cristiano. Carmen ni cree que Mario le haya sido fiel durante el matrimonio, ni cree que se haya casado virgen. Pero, por contraste, ella es la que sube al «tiburón» de Paco por segunda vez.
El argumento de la novela de Mario, El patrimonio, trata de los soldados de dos ejércitos enemigos que de repente saltan de las trincheras, se abrazan, se dicen que no volverán a dejarse empujar por aquella fuerza, y, luego, por el temor de esa fuerza regresan a las trincheras y se disparan nuevamente. Según Carmen, el libro no tiene sentido, no le interesa a nadie. Ser guerrero es de españoles. El mundo de Carmen es de la clase media española que llaman «Cruzada» a la guerra civil: «Si la bomba atómica esa la perfeccionasen de tal modo que pudiera distinguir […] y matase sólo a los que no tienen principios, el mundo quedaría como una balsa de aceite, ni más ni menos, ni menos ni más». Mientras la guerra civil era para Mario una tragedia, un enfrentamiento fratricida, era para Carmen «una fiesta sin fin». La viuda no entiende cómo Mario, por no permitir que se redactara «Cruzada» en lugar de «guerra civil» —para ella la misma cosa— podía perder la colaboración en un periódico de Madrid que les habría dado mil doscientas pesetas al mes. Para ella, los muertos del bando republicano, bien muertos estaban por rojos y ateos:
Carmen es incapaz de indulgencia: «no sé cómo te atreves a hablar de tolerancia y comprensión y que si no podemos estar toda la eternidad como Caín y Abel, que eso a ellos, a José María y los de su cuerda, caínes, más que caínes»
Carmen utiliza cada uno de sus reproches con miras (inconscientes) hacia una auto justificación final. Si Mario le hubiera comprado a Carmen un Seiscientos, que tenían «hasta las porteras», ella no habría estado haciendo cola ante el autobús y Paco no habría tenido la oportunidad de llevarla al campo. Argumentación que se transforma en una contradicción implícita desde el punto de vista de la ironía retórica. El Seiscientos que Menchu no ha llegado a tener se ha convertido en el símbolo tangible de la incapacidad de Mario para ganar dinero y abrirse paso en la vida. En el último capítulo, la viuda deja de criticar a su marido para confesarle el episodio de su casi adulterio y postrada, pedirle perdón. La justificación psicológica de todo el mono-diálogo, la transformación del reproche en auto justificación y pedido de perdón está expresada en palabras del autor mismo: «Todo el soliloquio está construido en función de este último capítulo, cuando ella pide perdón al marido por lo que ha hecho. Todos los reproches que a lo largo del monólogo componen la novela aspiran a ser una justificación de su caída: una justificación de sí misma». En el resto de los capítulos reiteran, a la manera de un «oleaje», desde distintos enfoques, las preocupaciones y obsesiones de Carmen.
EPÍLOGO
Con la salida de Menchu de la cámara mortuoria en el epílogo, la viuda se librará del enfrentamiento con su «situación límite» y podrá volver a su rutina de hipocresía habitual, imponiendo sus valores y creencias a sus hijos sin la resistencia de su marido: «mis ideas no son tan malas, después de todo, y poco valgo, o mis ideas han de ser las de mis hijos que hasta al insolente de Mario pienso meterlo en cintura».
Delibes abandona la estructura irónica, creando una confrontación entre el hijo de Mario, también llamado Mario, y su madre, encuentro en que estos conflictos entre las dos Españas quedan al desnudo. Esta es la parte más débil de la obra, por cuanto no es necesaria e interrumpe una perfecta estructura irónica. Pero parece que Delibes quiere que nadie se equivoque y que su mensaje llegue a todo lector.
El conocimiento de que el carácter del padre reaparece en el de su hijo mayor, sumado al valor significativo de que ambos lleven el mismo nombre, y de que el conflicto continuará, por lo menos en su aspecto social, es, sin lugar a dudas, la ironía situacional final. La hija mayor del matrimonio, por su parte, no estima a los chicos con carrera y dejará sus estudios para dedicarse a «ser mujer» y conseguir novio. Delibes pretende lograr es dar a la novela su mensaje esperanzador y asi pretende que España abra sus ventanas hacia el futuro y siga por el auténtico camino abandonando su maniqueísmo habitual y reconciliándose.
Al confesar su culpa, después de haber repetido hasta el cansancio que quien la engañaba era su marido con Encarna, la cuñada, Carmen insiste en que no hizo nada verdaderamente malo y suplica a Mario que no la confunda a ella con Julia. Es decir, que no concede a su hermana la misma compasión que suplica de su marido; por lo cual termina de cerrar cíclicamente la contradicción implícita que encierra su argumentación irónica.
Carmen entremezcla sus opiniones políticas, sociales y religiosas con alusiones a pequeños incidentes de la vida conyugal, sin pretender distinguir entre éstas y aquéllas, porque son parte constitutiva de su persona. Menchu fue concebida inicialmente como un mero antagonista de la figura de Mario. No pretende, con seguridad, ser un juicio de valor con respecto de la mujer española. Es la representante de una sociedad de clase media burguesa, hipócrita, vulgar y egoísta. Convencida de su propia verdad, se retrata inconscientemente a sí misma, al realizar el retrato de su marido. Su incomprensión cerrada es fruto de su manera de ser, pero también de su carencia de dotes intelectuales que le permitan valorar mejor lo que su ignorancia no le permite captar. Carmen revela al lector, al mismo tiempo, una serie de frustraciones y deseos que ella misma ignora. Pese a sus limitados horizontes, la justificación de su obrar se vuelve, a medida que avanzamos en la lectura, más sincera y auténtica; aunque no en la superficie del texto explícito, sí en la lectura re-constructiva que realiza el lector. Entonces, este personaje aparece ante el lector con mucha mayor sustancia de lo que el autor se había propuesto. Este es el margen interpretativo que deja la naturaleza anfibológica de la ironía. Carmen es una mujer que pretende hacer valer su maltratado yo e imponerlo, frente a la pedantería, orgullo e incomprensión de que es objeto. En el cuerpo de este estudio se ha intentado develar el sentido que, contextualmente, parece tener la ironía que estructura esta novela. Pero, como se había adelantado al discutir la naturaleza de este artificio constructivo, no se puede más que tentar opciones y lecturas posibles.
Entre ambos Mario y Carmen hay un abismo que separa a España desde hace siglos.
Delibes se revela como un escritor profundamente «comprometido» en su postura hacia la vida, pero sin las denuncias estridentes que caracterizan la novela social, porque inteligentemente las mediatiza a través de la ironía. El compromiso de Delibes subraya aquellos valores que representan la dignidad, hermandad y supervivencia del hombre en la tierra. El desarrollo de la preocupación social del vallisoletano va desde sus alegatos en contra de la guerra y la deshonestidad personal e hipocresía hasta la crítica de las estructuras mismas de la sociedad. El ambiente social de Mario demuestra la podredumbre que lo «ahoga». Pero su obra deja de ser pesimista, precisamente por la ironía que encierra el encuentro final entre madre e hijo.
RESUMEN
Prólogo
Carmen, viuda de Mario, conversa con Valen después de haber recibido el pésame de las visitas en su casa. Carmen recuerda como ha sido el día, y quiere pasar sus ultimas horas a solas con Mario y con su Biblia en mano, ira leyendo sucesivos pasajes y expondrá sus emociones y frustraciones..
Mono-diálogo
Carmen reprocha a su marido lo que no se ha atrevido a decirle en vida, para ella su vida tendría que haber estado llena de materialismo y superficialidades, y haber guardado las formas, cosa que a Mario, con una personalidad más profunda, le traía sin cuidado lo que dijeran los demás, y según ella, ha estado sometida al tipo de vida que su marido le ha impuesto. Carmen arremete contra la familia de Mario por ser humilde, mientras ensalza a la suya, de buena cuna.
Ella en su vida, aspiraba a un piso más grande, que Mario no acepto, a un coche, en especial a un 600, puesto que todas sus amigas tenían uno, a mas criados, a una cubertería de plata, a que Mario se preocupase por su imagen... y critica el intelectualismo de su marido y su grupo de amigos.
Tampoco esta de acuerdo con las actitudes progresistas de Mario, y como se ve también su hijo Mario opina lo mismo que e, pero ella esta obcecada en hacerle cambiar de opinión.
Nunca ha tenido un trato cercano con su marido, ni en su noche de bodas, y esto se lo reprocha también, y ella es consciente de que le gustan otros hombres, cosa que al final le confiesa que estuvo a punto de tener un desliz con un paleto reformado, ahora muy rico, llamado Paco.
EPÍLOGO
Al final, Carmen le acaba confesando a Mario su “affaire” con Paco, y su hijo entra en el despacho de su padre por el llanto de su madre. Le prepara un café, llegan los de la funeraria y se llevan el cadáver.
TEMA CENTRAL
LA INCOMUNICACIÓN
Los personajes de carmen y Mario representan las dos Españas separadas que se enfrentaron en la Guerra Civil. La habilidad del autor es analizar desde dentro de un personaje las ideas y la mentalidad de las clases medias españolas que apoyaban al régimen. Así pues utiliza la ironía, que es el método de la comunicación con le lector.
Carmen lo recuerda como una fiesta, para ella solo existe su visión de la realidad, y el resto del mundo no importa. Con su monólogo trata de justificarse, defenderse ante Mario y así los asertos se vuelven contra ella. Es egocéntrica, de escasa inteligencia en contraste con su marido, es anticuada, dominadora, posesiva... solo se preocupa por las superficialidades y de su vida, la que gira en torno a ella y al materialismo, mientras que Mario se culturiza leyendo, compartiendo opiniones en debates, buscando el camino mas honesto y luchando por el reconocimiento de los derechos de los mas desfavorecidos. Así consigue el autor, criticar las estructuras sociales de los años 60 de forma indirecta sorteando una posible censura. Consigue así plasmar el choque de dos mentalidades:
• Ideas y actitudes conservadoras: espíritu reaccionario, mentalidad pequeño- burgués, perjuicios, dogmatismo e hipocresía, ignorante, y convencionalismo social.
• Ideas y actitudes, voluntades, actitudes y creencias totalmente opuestas: intelectual, sincero, tolerante, compasivo, espiritual, y sueña con una sociedad más justa.
La primera representaría la España vieja, tradicional. Simple y cerrada, y la segunda a la España dinámica, compleja, abierta y sincera.
El autor hace caer en la cuenta de la problemática social: la incomunicación, la incomprensión, la intolerancia y el rechazo de la otra ideología.
Son tales las diferencias entre ellos, que constituyen un abismo entre los dos y la intransigencia que tiene en sus principios les lleva a la incomunicación. Mario no le compra una cubertería decente a Carmen para que pueda invitar a sus amigas a cenar, ni tampoco le compra el 600, que según ella lo tenían hasta los más pobres. Y como no, nunca leyó los versos que compuso a sus ojos, ni le agradece la comida que cada día le prepara, pero lo que carmen nunca podrá olvidar, ni perdonar es que no la consumara su noche de bodas, algo que arrastrara hasta el fin de sus días.
Tampoco comprende las depresiones que tenia Mario “por nada”, según ella y el día de la muerte de su madre ni llorara, ni guardara luto.
Al igual hace Mario, no le hace caso cuando ella le aconseja cuidar su imagen y justifica que un policía le pegase cuando iba en bicicleta por tener una imagen desgreñada, porque según ella, si hubiera ido bien vestido, el policía como buen hombre, le hubiera respetado
• Mario muere por obra de una sociedad que no pudo aceptar sus principios. Su depresión se debía a la angustia de no poder escoger la conducta honrada y de no estar seguro de que su conducta alivie tanto a los demás como lo alivia a él:
“Luego, cuando te vino eso, la distonía o la depresión o como se llame, llorabas por cualquier pamplina, acuérdate, hijo, ¡vaya sesiones!, y que si la angustia te venía de no saber cuál es el camino”
• El análisis del carácter de Mario:
“perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas”, significa para ella «testarudo, iluso y holgazán»
• .Carmen llega a reprocharle hasta la manera de morir, puesto que cree que un don nadie, que nunca se preocupaba por él.
“Una cosa, Mario, aquí, para inter nos, que no me he atrevido a decirte antes, escucha: yo no daré un paso por informarme si es cierto lo que dice Higinio Oyarzún de que te reunías los jueves con un grupo de protestantes para rezar juntos, pero si sin ir a buscarlo alguien me lo demostrase, aun sintiéndolo mucho, hazte a la idea de que no nos hemos conocido, de que nuestros hijos no volverán a oírme una palabra de ti, antes prefiero, fíjate bien, que piensen que son hijos naturales, que con gusto tragaré ese cáliz, que decirles que su padre es un renegado. Sí, Mario, sí, estoy llorando, pero bueno está lo bueno, que yo paso por todo, ya lo sabes, que a comprensiva y a generosa pocas me ganarán, pero antes la muerte, fíjate bien, la muerte, que rozarme con un judío o]
• Según Carmen, la sociedad debiera estar dividida en estratos bien delimitados, y su familia debiera vivir como corresponde a los de su clase:
“Un país es como una familia, los niños frente a los padres y los ciudadanos frente a la Autoridad deben obedecer y callar."
• Carmen se opone a todas las reformas sociales apoyadas por su marido:
“La caridad empieza por uno mismo". Le gusta repartir la limosna directamente a los pobres para verlos expresar su gratitud y para asegurarse de que sólo los que la merecen, la reciben.
• Carmen defiende la actitud de su padre de llevar a la pensión a un negro:
“Todos iguales, para Dios no hay diferencias... ahora bien, los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos”
• “Si la bomba atómica esa la perfeccionasen de tal modo que pudiera distinguir […] y matase sólo a los que no tienen principios, el mundo quedaría como una balsa de aceite, ni más ni menos, ni menos ni más”
• “Hoy no les hables a los chicos de la guerra, te llamarían loco, y sí, la guerra será todo lo horrible que tú quieras, pero, al fin y al cabo, es oficio de valientes, después de todo no es para tanto, que yo, por mucho que digáis, lo pasé bien en la guerra, de acuerdo, a lo mejor por insensatez, pero no me digas si aquello era como una fiesta sin fin, cada día algo distinto, que si los legionarios, que si los italianos, que si los viejos, cantando «Los voluntarios», que tiene una letra bien bonita, o «El novio de la muerte» que ésta sí que es el no va más. Y entonces ni me importaban los bombardeos, ni el Día del Plato único, que mamá, con ese arte especial que tenía, juntaba todo en un plato y ni pasábamos hambre, te lo juro, como el Día sin Postre, que Transi y yo comprábamos”
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